Abrió un refresco y se sentó a esperar que el azúcar le quitara esas terribles manías que tenia de pensar en Él. Pero no le funciono. Ni eso, ni la ventana abierta con el frio de una tarde de febrero lluviosa. Creo que el cloro hubiera sido su mejor droga en aquel momento, pero no quería ahogarse entre tanto ruido. Ya estaba suficientemente cansada como para tener que volver a los temblores en la toalla y los golpes con los bordillos, sin brazos que le quitaran el hipo después, ni besos que le devolvieran todo el calor.
P.D: hizo bien en evitar el pintalabios y el tacón.
1 comentario:
diario de una azafata....
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