Sabes que está dejando de merecer la pena y te sientes tan frágil como una lamina de hielo. Crees que lo ibas a alcanzar todo. Creías que podías abarcarlo con una sola palma de la mano. Y te equivocabas (aun que esta vez omitiré el “como siempre”). Sabias que las cosas no eran fáciles, pero en ese instante te sentiste la reina, y no podías evitar sonreír. Y ahora…ahora solo tienes una cara de payaso, con resquicios de lo que fue el maquillaje y tu lazo, que ni se mantiene, resbalando por los mechones. Sigues intentando evitar acabar frente al espejo, con la camisa medio abierta, sudada y unos tobillos rotos, pensando que ni siquiera ahora la velocidad te reconforta. Y piensas…piensas que deberías dejar los cristales para los codos, para tiritas de animales y no para resacas de medio día y comisuras rotas... Pero se te hace más imposible que olvidar aquel maldito diciembre.
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